Santo Domingo de Guzmán
04
de agosto de 2015
Los cuatro de agosto de cada año, Santo Domingo de Guzmán de
Bajo Grande vive su Gran Fiesta Patronal.
A lo largo de más de un siglo el santo convoca a las familias de
la zona durante toda una jornada; esta conmemoración concentrada
en un día específico reemplazó a aquellas novenas que, hasta
hace algunos años, reunían a mucha gente que colmaban la
capacidad de la capilla en un encuentro de familias, misa,
procesión, comidas, agrupaciones gauchas y música.


Guadales increíbles y amenazantes estallaban bajo el chasis del
auto; próximos a Bouwer, con mi acompañante Nicolás tuvimos la
certeza que
uno de ellos se ocuparía, traicionero, de hacernos perder la
fiesta que tanto ansiábamos conocer.
Un volanteo, un cambio oportuno y un adecuado acelere nos
liberó del último obstáculo; tras un aliviado suspiro, sentimos
que las Patronales de Bajo Grande
contarían con nuestra presencia.
El llegar significó poner en reversa la máquina del tiempo y
revivir lejanas imágenes de nuestra infancia rural.
Luego de darnos el tiempo para
sacar unas cuantas fotos del templo, interior y exterior, fuimos al buffet y compramos un par de empanadas,
concientes que eran tan solo para
empezar.
Preguntamos por alguien de la Comisión; como
respuesta, nos
presentaron a un
“grandote macanudo” y éste, a Don Martín Campana el que ya me
habían sindicado como el mandamás del paraje.
Conversamos un
rato largo de bueyes perdidos con este afable hombre mayor,
sedente y con bastón, aunque sus tan solo veinte años en esos
pagos no terminaban siendo suficientes para conocer los secretos
que escondía, en su larga "vida", la solitaria iglesia que nos
había traído al lugar.
Dada la hora, se acercó el grandote y nos convidó con un par de
choripanes que, por visiblemente sabrosos, nos tentaron a
suspender la charla para dirigirnos a
las mesas preparadas en el tinglado adyacente y así, hacerle
honor al disfrute de los dientes. Como nos quedamos a medio camino, compramos otro par y
quedamos “pupones”.
Había que hacer tiempo ya que la misa y posterior procesión
comenzaban a las cuatro de la tarde; mezclados, entonces, entre
varias decenas de curiosos espectadores, nos entretuvimos mirando
jugar a la taba.
Finalmente
y puntual, comenzó la concurrida misa.

A
posteriori, salieron en procesión Santo Domingo y la Virgen del
Rosario seguidos por la feligresía lugareña hasta el cementerio
a algo más de doscientos metros. El aire de la tarde se llenó de
cánticos y rezos
propios de la ocasión religiosa.

Cerraban las agrupaciones
gauchas con un despliegue de vestimentas y corceles que eran de
admirar.
Los jinetes de a pares, a paso de
galope tendido y acompañados por la
Marcha de San Lorenzo, hacían flamear un
poncho güemesino.

Santo Domingo y la Virgen volvieron a su casa, el cura impartió la bendición y culminó el centro de la fiesta. A esa hora
y aún cuando era un día laborable, se había congregado una enorme cantidad de gente
donde sobresalía una nutrida presencia juvenil. Era un festejo
de la familia en torno a una iglesia que tuvo épocas de gran
convocatoria.
Habíamos convenido con el “grandote” una charla con doña Yolanda
Delgado de Rocchetti, una lúcida dama de 88 años. Conversamos sobre inmigración,
las familias que habitaron Bajo Grande, sus años de escolar en
San Carlos, sus vagos recuerdos de cuando la iglesia tenía
paredes y le faltaba el techo; en síntesis, un ameno relato evocando tiempos
pasados que era
seguido, con mucho de respeto y atención, por los escuchas que,
a esa altura, ya éramos
varios.
Al caer la tarde, saludamos a todos con los que habíamos
conversado, en la seguridad de que se sintieron gustosos con el
intercambio logrado con nuestra presencia, nos pareció que
valoraron que alguien que no era de su comunidad se interesara
por ellos y su obra.
La orquesta que estaba armada al lado del
atrio comenzó a sonar a puro cuarteto. La última recorrida
acumuló en la memoria imágenes de grupos de familias con sus
mesas a puro asado, kioscos de ventas de productos regionales y
algunos juegos propios de las kermeses.
Más lejos, la taba seguía
dando vueltas en el aire.
|